Biografía
Malena y Rafael me llamaron Pablo y me enseñaron el amor a su manera.
De mi vieja aprendí a valorar mi trabajo y a vivir feliz, por más dura que se ponga la vida.
De mi viejo aprendí a agarrar un pincel y ese mandamiento que reza que si mezclás ciertos colores, tus días van a ser más hermosos.
Imitando a mi hermana aprendí a leer, escribir y jugar en un mundo surrealista.
Desde que nací, vivo en el barrio de Almagro (Buenos Aires).
Hice la primaria en el Colegio San Antonio y crecí demasiado pegado a Boedo como para salir ileso a la pasión azulgrana.
La adolescencia me presentó a Los Redondos y a partir de ahí, nada fue lo mismo.
En tiempos del secundario, el Profe Carlitos Pujol me señaló el camino del arte
y la Prilidiano Pueyrredón me unió a Rober, el hermano que me faltaba para entender lo más importante.
Gracias a la querida Escuela de Carlos Garaycochea conocí a Jorge De Los Ríos y Santiago Dufour,
los dos Maestros que guiaron mis primeros trazos en Caricatura.
Mi sobrino iluminó el comienzo del milenio y me regaló el placer de ser tío y padrino a la vez.
En la Escuela del Maestro Luis Ordoñez descubrí mi vocación por la docencia y fue el puntapie inicial para que el dibujo se haga profesión.
Julio Verne y la tía Rosi soplaron las brasas de mi inquietud mochilera
y agarré ruta cuantas veces pude para salir a comprobarlo todo según mis propios ojos.
Pasados los 40, puedo asegurar que el deporte ya me soltó la mano
y con mucho orgullo acuso 20 Carnavales + 30 misas ricoteras sobre el lomo.
Además de haber aprendido y trabajado junto a los más grandes caricaturistas,
el lapiz me dio amig@s que se convirtieron en familia y hermosas anécdotas que se fueron amontonando entre pilas de bocetos.
Resaltan en mi memoria desde la primera charla en un jardín de infantes de La Boca hasta seminarios en la Feria del Libro,
haber ilustrado los libros que quería ilustrar, ver la mutación de mis dibujos en tatuajes o estandartes, exponer obras en España y Rumania,
romper cualquier tipo de barrera idiomática caricaturizando a una familia en un pueblito impronunciable de Myanmar
y ni hablar de poder llegar con mi arte hasta las gafas del artista más admirable y consecuente.
Como para no estar agradecido a esta pofesión…
Los garabatos de la vida me volvieron a juntar con la compañera perfecta para iniciar el viaje infinito.
Inventamos una familia y llegó Fidel, para invitarnos a mejorar y ponerle sentido a cada renglón de esta biografía.
Recién me cae la ficha de que ya no soy un pibe.
Miro para atrás y no me reconozco en ninguno de esos Pablos, pero a todos los recuerdo con cariño.
Di miles de volantazos, aprendí de cada palo y siempre traté de abrirme paso entre todo aquello que no enriquezca mi estado de ánimo.
Absolutamente todo ha cambiado, excepto mi profundo amor por el lapiz
y la certeza de que a mi cita con la vejez llegaré dibujando.